Hoy celebramos el Día de la madre, el día de todas y cada una de las madres, con su individualidad irrepetible, con las características propias de toda mujer y de toda madre. Cada uno de nosotros hoy recuerda a su propia madre. Son muchas las que viven aún, pero hay otras que ya no viven. Yo recuerdo la mía, que ya no vive, pero que vive, pues vive en mí. Y por todas las madres oramos, a todas expresamos nuestro afecto cordial y nuestros mejores deseos: que encuentren consuelo en el fruto de su maternidad, que el Señor las bendiga, y que se sientan bendecidas y amadas por todos. A la única Madre de las madres le encomiendo a las madres italianas y a todas las madres del mundo.
¡Alabado sea Jesucristo!
Juan Pablo II
Domingo 8 de mayo de 1994
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